martes, 14 de septiembre de 2010

Se trata a sí mismo como a los demás - Carlos Pagni


La escena pública entró, desde anteanoche, en un proceso incierto de reconfiguración. Hasta ese momento, su organización era esquemática, en dos campos divididos a favor o en contra de un líder fuerte, que convocaba a diario a batallas enardecidas. De repente la biología introdujo una duda en ese orden. Desde un quirófano, la sociedad fue avisada de que ese jefe temible, el "león feroz" que aparecía en los sondeos cualitativos de opinión, era, en realidad, un cuerpo enfermo, un hombre débil. En un instante, el significado central del juego perdió su consistencia y comenzaron a multiplicarse las incógnitas. Nadie sabe, en el Gobierno o fuera de él, si aquel espacio bipolar adquirirá otro diseño a partir de este acontecimiento. Nadie sabe cómo será la política si se atenúa el factor Kirchner.

Hasta el nuevo percance cardíaco, la opinión pública estaba entretenida con el problema de cómo Kirchner trata a los demás. A daniel Scioli, a la prensa, a su esposa, a la oposición, a las empresas. A partir de ahora, hay una cuestión más determinante: cómo se trata a sí mismo.

El diagnóstico de la segunda obstrucción arterial que llevó al ex presidente a una intervención se fue agravando en la madrugada de ayer. Primero se pensó en un infarto corriente; sin embargo, algunas fuentes del entorno presidencial dejaron trascender que los médicos podrían haber detectado una afección en el haz de His, que es el centro que transmite los impulsos nerviosos de las aurículas a los ventrículos. De confirmarse esta novedad, tal vez el tiempo aconsejaría la colocación de un marcapasos. La proximidad de este episodio con el del verano hizo pensar a algunos cardiólogos en un deterioro delicado del sistema arterial. Se supone que, hace siete meses, las arterias que esta vez se obturaron fueron revisadas y no presentaban síntomas preocupantes.

La fragilidad física de Kirchner se agrega a una colección de dificultades objetivas que ya era muy extensa. Para restablecerse deberá modificar sus rutinas, guardar estricto reposo, consumir medicación, bajar de peso. Tendrá que encarar la tarea que evitó en febrero: reinventarse. Hacer consigo mismo lo que tantas veces le pidieron que hiciera con su gobierno. ¿Podrá? La respuesta a este interrogante encierra varias claves del futuro.

Oscar Parrilli intentó trivializar, en la puerta del sanatorio, lo que estaba ocurriendo adentro hablando de Las Leonas o de Racing. Esa estrategia se modificó ayer, con la suspensión de las visitas y las declaraciones.

A pesar de esos esfuerzos por sacar el problema de la TV, el kirchnerismo deberá replantearse los términos de la transición hacia el próximo relevo presidencial. Un percance que sería grave en cualquier caso es más inquietante para un esquema de poder que concentra decisiones y tensiones en una sola voluntad, en un solo cuerpo.


La recaída

Para los profesionales, la recaída del ex presidente se debe al deterioro general de sus arterias, pero también a los desarreglos que cometió después de la operación de carótida. No había pasado una semana de aquella intervención y ya estaba recibiendo a funcionarios, trenzándose en discusiones con dirigentes políticos, participando como orador en actos públicos. Veinte días más tarde, los fotógrafos lo registraron en Montevideo, al rayo del sol, cubriéndose con una mano la cicatriz del cuello, durante la interminable ceremonia de asunción de José Mujica. Quienes describen a Kirchner como alguien cruel y despiadado deberán admitir ahora que él es una víctima más, sino la principal, de sus malos tratos.

Para una lectura superficial, lo que ocurrió anteanoche fue una irrupción ciega de la naturaleza en el curso de la historia. Pero, si se observa bien, el infarto de Kirchner no es tan accidental. Es uno de esos episodios en los que la biología es, al mismo tiempo, política. En su libro de memorias, Henry Kissinger observa que "los historiadores rara vez hacen justicia al estrés psicológico que aqueja a los estadistas. Lo único que tienen disponible son los documentos, pero ningún documento puede revelar el impacto acumulado de los accidentes, los intangibles, los miedos y las vacilaciones". Después agrega: "A veces estallan los nervios de las figuras públicas. Incapaces de aceptar los hechos, intentan forzar el paso y pierden el equilibrio". La enfermedad de Kirchner no está desconectada de su estilo de liderazgo. Es el rasgo más dramático, por lo inflexible, de un modo de ejercer el poder.

En la intimidad de Olivos, las horas previas al infarto habían sido febriles. El viernes a la noche se realizó el asado semanal al que concurre el círculo más allegado al matrimonio. Esa noche Cristina Kirchner protagonizó una especie de catarsis. Se quejó de muchas contrariedades, lamentó que sus ministros -sobre todo Fernández y Randazzo- ventilaran sus controversias por los medios y amenazó, un poco exaltada, con realizar cambios en la administración. Kirchner la observaba apretando las mandíbulas. El aire se había puesto denso.

Si se repasa la agenda de esta semana, se comprenderá el desasosiego de Kirchner y su esposa. Mañana vence la conciliación obligatoria en el conflicto de los camioneros con la empresa Siderar, del Grupo Techint, y los Moyano, Hugo y Pablo, prometen volver a bloquear la producción de acero, con la probable reacción en cadena de la industria automotriz y de electrodomésticos.

En los tribunales preveían -al menos hasta ayer- que mañana la Corte Suprema podría rechazar el recurso del Gobierno para reclamar que se deje sin efecto la medida cautelar que protegió al Grupo Clarín de la cláusula de desmonopolización de la ley de servicios audiovisuales. Pasado mañana, además, los jueces elegirán a sus representantes en el Consejo de la Magistratura, y todo indica que se impondrá la lista de Ricardo Recondo, el presidente de la Asociación de Magistrados, un crítico severo de la política judicial del kirchnerismo. Es otro paso hacia el desenlace anunciado: en diciembre la Casa Rosada puede perder el control del Consejo.

Estas dificultades y conflictos quedaron instalados, desde el jueves pasado, en el marco de la crisis que afecta al PJ bonaerense, la viga maestra del kirchnerismo. El entredicho de Kirchner con Daniel Scioli es la consecuencia de una amenaza que, para el Gobierno, es mucho más inquietante que la inseguridad: la posibilidad de que el año que viene una derrota lo desaloje del poder. Hasta los encuestadores oficialistas informan a sus clientes preferidos que Scioli tiene una intención de voto del 36%, diez puntos por encima que la de Kirchner. Esta es la razón por la cual el esposo de la Presidenta quedó envuelto en llamas con la versión de un encuentro entre el gobernador y Eduardo Duhalde.

Es una intriga irrelevante. Lo decisivo es que se ha resquebrajado la base territorial sobre la que se asientan los Kirchner. El ex presidente no calculó que, a partir de la caída electoral del año pasado, una nueva humillación del gobernador podía desnudar la sorda rebelión que se gestaba entre los caudillejos del conurbano. Son ellos, no Scioli, el verdadero problema. Son ellos, antes que Scioli, los que se pusieron en fuga. Los motivos son evidentes: en el año 2005 Kirchner les impuso a su esposa; en 2007, a Scioli; después, a los piqueteros; ahora, a Hugo Moyano. Eran agresiones tolerables cuando el verdugo los llevaba a la victoria. Pero ahora la mortificación llega después de la derrota y, acaso, conduce a la derrota.

Es posible que no hiciera falta un infarto para que un sector crucial del peronismo girara la cabeza hacia otro candidato para el año 2011. Pero desde que Kirchner ingresó en Los Arcos todo el PJ especula con ese movimiento. La figura de Scioli se resignificó. Y habrá que ver cómo procesa Carlos Reutemann los hechos de anteanoche. ¿Cómo funcionará la oposición si la medicina obliga a Kirchner a desistir de su candidatura?

Hay quienes prefieren ver lo sucedido como una intervención del azar en la política. Sin embargo, para muchos protagonistas de esta trama, la enfermedad vino a cubrir la crisis oficial con una excusa elegante, capaz de disimular el abandono y la traición. En otras palabras: no se puede descartar que la biología no haya irrumpido para modificar el curso de la historia, sino sólo para precipitar lo que ya estaba escrito.



LA NACIÓN, Lunes 13 de setiembre de 2010



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