domingo, 2 de enero de 2011

Los montoneros le llevaron a Menem la idea de los indultos - Claudio Savoia



A 20 años del perdón más polémico. En 1987 habían firmado un documento que proponía la “reconciliación nacional”. Antes de la interna del PJ el riojano aceptó el plan, que incluía a los ex represores. La trama oculta de un pacto desconocido.


CLARÍN,01/01/11.

–Mirá Carlos, estás en Punta Alta, acá nomás está la base naval Puerto Belgrano. Es el momento de que en tu discurso metas algún tema que te diferencie, que pienses en el futuro. Acá podés conseguir el voto militar...

–Pedime cualquier cosa menos algo para estos hijos de puta, que cuando me tenían preso ni siquiera me dejaron ir al entierro de mi mamá.

–Me parece que te equivocás. Hay que mirar para adelante, y quién mejor que vos para hacerlo.

Sentado junto a la cama revuelta en la que minutos antes Carlos Menem dormía la siesta, el viejo militante montonero insistió un poco más. Le leyó al precandidato presidencial peronista las ideas que le ofrecía para el discurso del día siguiente, mientras su interlocutor dormitaba. Sin arrancarle ni una palabra más, le dejó la carpeta y se fue. Un día después, cuando el riojano tomó el micrófono, su consejero no podía creerlo: con la audacia y el carisma que lo hizo famoso, Menem le hablaba a la “familia militar” sobre un futuro de “reconciliación nacional”, “sin rencores ni persecuciones”. El operativo indultos, una de las últimas misiones montoneras, estaba en marcha.

La anécdota fue confirmada a Clarín por tres fuentes que frecuentaban el colorido campamento menemista durante la campaña para las elecciones internas del justicialismo, que Menem le terminó ganando a Antonio Cafiero el 9 de julio de 1988. Aquel acto en Punta Alta fue el primer jalón visible de un acercamiento que la cúpula montonera –reorganizada en el Peronismo Revolucionario– había iniciado con el gobernador riojano, y que terminó formalizándose en un acuerdo reservado a través del cual Montoneros apoyó a Menem en lo que entonces parecía un gigantesco camino hacia la Presidencia. A cambio, el precandidato les prometió “solucionar la situación de los compañeros presos –como Mario Firmenich– o ‘perseguidos por la justicia’”. La maniobra, por supuesto, también incluía a los militares condenados por la represión ilegal.

Lejos de la mañosa versión kirchnerista de la historia y a veinte años del último decreto con el que Menem cumplió su parte del trato, Clarín reconstruye hoy la trama secreta de un acuerdo político sellado a espaldas de los argentinos, con la intención de cerrar el ciclo de juicios impulsado por Raúl Alfonsín y el objetivo manifiesto de dejar atrás definitivamente dos décadas de persecuciones, atentados, secuestros, torturas y muerte.

Alfonsín había cumplido con su promesa de juzgar a los ex comandantes de la dictadura y a la cúpula de las organizaciones guerrilleras. Capturado en Brasil, Mario Firmenich había sido extraditado a Argentina y condenado a prisión perpetua en 1985, mientras que varios de sus ex compañeros afrontaban decenas de causas penales. Pero algo había cambiado: a través de los años, el espanto y la tragedia habían ido macerando en todos ellos un largo viaje de las armas a las urnas. Los dirigentes montoneros que quedaban –en la cárcel o en el exilio– se habían incorporado a la política democrática a través del Peronismo Revolucionario (PR).

Aquel viaje deparaba más sorpresas: en el documento “Nuestra propuesta política de autocrítica y reconciliación nacional dentro del pacto para la transición democrática”, fechado el 14 de junio de 1987 y firmado por la Mesa Nacional y el Consejo Federal del PR, aparece por primera vez el objetivo de cerrar los juicios y revertir las condenas contra los ex guerrilleros y también contra los represores.

En la página 12 de este complejo y por tramos bizarro trabajo, sus autores dicen que “en lo tocante a la autocrítica y reconciliación nacional, cabe decir que es el primer paso para cualquier solución que, reconociendo las causas de los enfrentamientos entre hermanos, le pongan fin e impidan su reiteración. Esto será el fruto de un compromiso político de la sociedad, el cual dará las soluciones jurídicas correspondientes que ayuden a cerrar las heridas ocasionadas”.

Dos párrafos después, el texto es más explícito aún: “En la medida en que las Fuerzas Armadas participen y se encuadren en la autocrítica y reconciliación nacional, también quedarán incluidas en el acuerdo para saldar el pasado en el contexto de una alternativa de poder superadora de la transición.”

El documento admite que “los padres, madres, esposas y esposos, los hijos, familiares o amigos entrañables muertos, son sencillamente una pérdida que ninguna consideración política nos puede reparar”, y reconoce que “debemos ser concientes que así como nosotros tenemos heridas abiertas bajo la responsabilidad de otros sectores nacionales o del movimiento popular, también esos otros sectores tienen heridas abiertas bajo responsabilidad de los montoneros o de otros sectores peronistas que hoy no tienen continuidad orgánica, e inclusive bajo la responsabilidad del ERP”.

“El problema argentino no se resuelve con el ‘olvido forzoso’ y por lo tanto irreal. Tampoco ‘juzgando a todo el mundo’, porque el problema nacional no es la violación formal del Código Penal; no es un problema de ‘delincuencia individual’ o de ‘bandas’; es un problema de guerra civil por ausencia de Proyecto Nacional”, advierte el paper. “El problema argentino se resuelve yendo al fondo del mismo: por eso planteamos la necesidad del proceso de autocrítica nacional como punto de partida de un futuro provechoso y compartido. Eso requiere luego de alguna forma de consagración jurídica positiva, que será la formalidad que institucionalice un nuevo pacto político”.

El documento lleva la firma de la plana máxima de Montoneros y varios ex referentes de la Tendencia Revolucionaria peronista, integrantes de la Mesa Nacional del PR: Mario Firmenich (su autor), Roberto Cirilo Perdía, Fernando Vaca Narvaja, Rodolfo Galimberti, los ex gobernadores Oscar Bidegain (Buenos Aires) y Jorge Cepernic (Santa Cruz), Pablo Unamuno, Jorge Salmón, Inés López, Héctor Pardo, Oscar Viñas y Guillermo Martínez Agüero. También firman los representantes provinciales del Consejo Federal, entre ellos el histórico dirigente porteño Gustavo Gemelli y también el hoy piquetero kirchnerista Emilio Pérsico.

Con este papel “conceptual”, los montoneros iniciaron el camino de la negociación. Clarín entrevistó a una de las dos personas clave de aquellas negociaciones, el entonces secretario del PR y delegado personal de Mario “Pepe” Firmenich, Pablo Unamuno. “A fines del 87, en el peronismo se venía la elección del candidato presidencial entre Menem y Cafiero, y nosotros teníamos que decidir por cuál jugarnos”, recuerda. “Pepe, Mario Montoto, yo y algunos más queríamos a Menem, Perdía, el Vasco (Fernando Vaca Narvaja) y Pérsico preferían a Cafiero, Galimberti estaba más jugado todavía, y otros dudaban. Entonces hicimos un Consejo Federal en la ciudad mexicana de Cuernavaca y redactamos un breve documento de ocho puntos. El segundo decía algo así como que ‘el candidato que acepte la resolución del PR de promover el cese de la persecución judicial a los compañeros y libere a los detenidos, tendrá nuestro apoyo’ ”. Se había dado el segundo paso.

“Ese mismo verano de 1988 lo contactamos a Menem, a través de su jefe de campaña, Julio Mera Figueroa. Lo encaramos en Mar del Plata. Fuimos Jorge Salmón, Gemelli y yo. Estaba en cueros, esperando un asado. Le contamos la idea y nos contestó de inmediato: ‘Bueno muchachos, dénle para adelante’. Nos quedamos fríos. Esperábamos más negociaciones, pero Menem arreglaba las cosas así. Le pedimos que formalizara ese compromiso y ahí nomás lo llamó a Eduardo Duhalde para que armara una rueda de prensa en Buenos Aires”, dice el ex militante revolucionario, quien hoy trabaja junto a Patricia Bullrich, otra vieja integrante de Montoneros.

En aquella conferencia estuvieron, entre otros, Duhalde, Jorge Rachid y Fernando “Pato” Galmarini por el menemismo; Unamuno y el veterano ex gobernador santacruceño –referente de Néstor Kirchner– Jorge Cepernic. La foto del encuentro ilustró una solicitada con la que el PR hacía público su apoyo a Menem, difundida el 23 de marzo de 1988 y que hoy vuelve a publicar Clarín. Las menciones a la “autocrítica” y la “reconciliación” eran muy vagas, y de ninguna manera explicitaban el contenido del pacto sellado por los montoneros con Menem.

“Con él nunca hablamos de indultos”, aclara Unamuno. “Nuestra idea era una solución como la que años después adoptó Nelson Mandela en Sudáfrica: cerrar todas las acciones penales pendientes para aquellos que hicieran público su arrepentimiento y que aportaran información sobre hechos desconocidos o personas desaparecidas. Y quien no aceptara eso se quedaría afuera del perdón. Pero Menem sólo nos decía ‘yo lo voy a resolver, quédense tranquilos’ ”.

En la cárcel, Firmenich estaba lejos de tranquilizarse. Temeroso de alguna sorpresa o traición, le pedía a sus mensajeros que Menem diera señales públicas de que respetaría el pacto. “Pepe tenía dos personas de enlace con Menem: Mario ‘Pascualito’ Montoto, que era su hombre de máxima confianza y le manejaba sus asuntos privados; y yo, que era el jetón”, sonríe Unamuno. El y Cepernic, entonces, se sumaron a la mesa chica “Menem Presidente”. “Yo tenía máxima confianza con Carlos: iba a su casa en La Rioja, participaba de los asados, de los picaditos. Me preguntaba mucho por Firmenich, quería saber cómo estaba”. Los temas importantes se tocaban en diez minutos, a veces en medio de la cena, delante de invitados o de los hijos del precandidato. La respuesta siempre era la misma: “Ya sé, Pablito, yo me voy a ocupar de lo de ustedes”.

El 9 de julio del 88, contra todos los pronósticos, el caudillo riojano venció por paliza al más previsible –y hasta entonces ascendente– gobernador Cafiero, y se consagró como candidato presidencial del PJ. “En aquel momento, esa nominación era casi equivalente a la Presidencia, porque el ciclo radical ya estaba agotado”, revive Unamuno. “Yo sentía muy fuerte la presión del Pepe por un lado y las evasivas de Menem por el otro. Entonces a Firmenich se le ocurrió que una buena forma de que se blanqueara nuestro acuerdo era armar una reunión entre Carlos y don Oscar Bidegain, el ex gobernador de Buenos Aires electo en 1973 y que estaba exiliado en España, prófugo de la justicia argentina”.

Menem aceptó. Apenas terminada la interna iba a hacer un viaje por Siria, Grecia y Francia, y ahí se podía organizar la reunión. Pero había una objeción: el riojano no quería ir a España, para no tener que encontrarse con Isabel Perón. “Teníamos que convencer a don Oscar de que viajara a París y no sabíamos cómo: él era un viejo muy formal, y Menem, todo lo contrario. Temíamos que no hubiera química entre ellos, y el encuentro terminara mal”. Entonces surgió otro plan: hablar con “la Toni”, la esposa de Bidegain, que era una española izquierdista muy comprometida. “Dejen que yo hable con Oscar”, les dijo a Unamuno y Montoto, encargados de la delicada misión. “Al día siguiente él nos llamó para decirnos que sí, con una condición que todavía me emociona: ‘no quiero que pidan nada para mí’. Por supuesto, no le hicimos caso”, dice Unamuno.

La cumbre se hizo a fines de julio del 88, en el Hotel Plaza Atheneé de París, uno de los más caros del mundo, rodeados por los jeques árabes que circulaban por los alfombrados corredores: “yo coordiné todo con Ramón Hernández, el secretario de Menem”, explica Unamuno. “Entonces le repetí a Menem que estábamos con él, pero que tenía que resolver la situación de don Oscar, de Pepe y del resto de los muchachos. El volvió a decir que sí, y yo me relajé”.

Ese fue, quizás, el error más grave: lejos de la informalidad de la interna del PJ, todos los ojos del país y unos cuantos del mundo –que intentaban descifrar al excéntrico candidato argentino– estaban fijos sobre Menem. Y ya no se podían cometer errores. Unamuno se aclara la voz: “En octubre del 88, Carlos hace otra gira por Europa y decide que lo acompañe. Mientras él arrancaba por Alemania, yo lo esperaba en Roma. Y entonces un viejo amigo de la infancia que era periodista y trabajaba para el diario alfonsinista El Ciudadano me pide una entrevista. Yo acepté, y con todo desparpajo le dije que Menem iba a liberar a Firmenich. Fue un escándalo fenomenal”.

Sí, fenomenal. Alentada por la necesidad de los radicales de sembrar dudas sobre la solvencia de Menem, la versión se propagó como el polen en primavera. El candidato multiplicó sus apariciones para desmentirla. “Niego que vaya a conceder una amnistía o indulto para aquellos que participaron en violaciones a los derechos humanos”, repetía, aunque también hablaba de la necesidad de “pacificar el país”. Aunque a puertas cerradas Menem lo tranquilizó a Unamuno, el fuego seguía lloviendo sobre él. Además de los radicales, con excepción de Mera Figueroa y alguno más, el equipo de campaña menemista quería lincharlo. “Anunciaron que el Consejo del partido me sancionaría, pero al final –meses después– ni siquiera trataron el tema. Igual, el Pepe me aconsejó que no aclarara nada y me enfrió mandándome a España como enlace con Bidegain. Nunca más volví al riñón menemista”, suspira Unamuno.

¿Quiénes eran los más escandalizados en ese entorno con el plan de liberar a guerrilleros y represores?. Curiosamente, quienes años después serían vistos como los más derechistas del gobierno: Eduardo Menem, Carlos Corach, Eduardo Bauzá, César Arias. Los “celestes”, una de las dos líneas que junto a los “rojo punzó” nutrió de contenido ideológico al gobierno menemista en sus primeros años. Clarín intentó entrevistar a Eduardo Menem –uno de los más cerriles opositores a los indultos– pero la muerte de su hermano mayor Munir suspendió el encuentro que había sido acordado.

César Arias, en cambio, accedió: “Yo recién me enteré un mes antes de que Carlos anunciara los indultos. Una tarde estaba mirando por una ventana de su despacho y me pidió que me acercara. ‘Lo que le voy a decir es información reservada: voy a indultar a los ex comandantes’, me soltó. Quedé duro. Me dijo que lo haría para consolidar la pacificación nacional, y que no lo comentara. Yo entendí de inmediato: si este hombre que estuvo preso y le confiscaron sus bienes tomó esta decisión, es porque tiene toda la autoridad para hacerlo”. ¿Usted estuvo de acuerdo, Arias?. “Yo entendí que era una decisión tomada y que nadie podría cambiarla”, gambeteó el ex secretario de Justicia de Menem.

Los primeros tiempos del gobierno peronista fueron volcánicos: el aquelarre ideológico de los funcionarios que acompañaban al Presidente combinaba a peronistas ortodoxos con ex montoneros y liberales; la pacificación prometida contemplaba desde un impensado abrazo con el almirante Isaac Rojas –personificación suprema del antiperonismo– con la repatriacion de los restos de Juan Manuel de Rosas. Y los indultos, por supuesto. Primero, en octubre de 1989, para los carapintadas, los cuadros militares no alcanzados por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, los comandantes que llevaron al país a la guerra de Malvinas y decenas de acusados de hechos “subversivos”. Después, el 30 de diciembre de 1990, para Videla, Massera y los demás ex comandantes, y para Mario Firmenich. En total, más de 300 personas. Aunque no se aceptó la variante “sudafricana”, y a pesar de que el 75% de los argentinos estaba en contra, la promesa había sido cumplida. Tal era la resistencia en el seno del Gobierno, que dos fuentes confiaron a Clarín que el militante montonero Mario Montoto tuvo que redactar personalmente parte de los decretos. Montoto rechazó los reiterados pedidos de este diario para entrevistarlo. Una lástima: habría podido sumar más detalles a esta historia que, veinte años después, al fin ve la luz.



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